- Título: Ayantek
- Autora: Miriam Jiménez Iriarte
- Editorial: Insólita
- Formato: rústica con solapas
- Nº de páginas: 406
- Ilustración de cubierta: Fran Mariscal Mancilla
- Fecha de publicación: abril de 2019
- Fecha de lectura: mayo de 2019
- Enlace de compra: Lektu
Compré este libro sin tener ni idea de qué iba, solo porque era de la ganadora del I Premio Ripley de relatos de ciencia ficción y terror y porque lo publicaba Insólita, lo cual me pareció suficiente garantía de calidad. También sabía que se trata de la primera novela de la autora, por lo que esperaba leer algo bueno, pero quizás no excepcional. Y me ha sorprendido tanto que no sé muy bien cómo escribir esta reseña, porque quiero hablar del libro, pero no quiero contar nada. Qué difícil.
Sinceramente, creo que lo mejor es leerlo como hice yo, sin saber nada acerca del argumento. Ni siquiera sabía si era un libro de fantasía, ciencia ficción o terror. La verdad es que me daba igual, porque me gustan los tres palos. Lo normal es que clasifiquemos los libros reseñados en uno o varios géneros. Pues esta vez no lo voy a hacer, no porque no sea capaz de decidirme por una categoría u otra, sino porque si lo hago, creo que podría revelar demasiado. El género y la sorpresa forman parte del encanto del libro. Tendréis que leerlo para averiguarlo (o buscar otra reseña, pero por favor, procurad que no sea de las que te lo cuentan todo).
¿Y cómo os explico yo por qué me ha gustado tanto Ayantek sin referirme ni a acontecimientos ni a personajes, ni siquiera al fondo del libro? Pues tendré que limitarme a hablar de la forma en que está escrito, que no es moco de pavo.
Lo primero que una constata nada más empezar a leer es que la autora no va a ponerle las cosas fáciles. No solo no va a describir el mundo, sino que apenas hay descripciones. Hay acción y diálogos, y de lo que hacen y dicen los personajes el lector debe sacar sus propias conclusiones. Siempre que pueda, claro, porque los personajes hacen cosas que, de momento, no podemos entender, se refieren a otros personajes que no conocemos aún, a seres, ceremonias, sustancias, profesiones, clases sociales que nos son totalmente extraños, acontecimientos de un pasado que solo se nos irá revelando bastantes páginas más adelante, y a pequeñas dosis. Si esto se hace mal el resultado puede ser desastroso: el abandono del libro por parte de un lector incapaz de centrarse en la historia. Pero Jiménez Iriarte lo hace bien. Pero que muy bien.
Además de ir dejando caer solo la información necesaria en cada momento para que se pueda seguir la historia y dejando abiertos los interrogantes justos para mantener y estimular el interés del lector, creo que la autora utiliza dos técnicas o «trucos» que realzan aún más el resultado.
El primer «truco», y el que me parece más novedoso, tiene que ver con el punto de vista utilizado. El libro está narrado en tercera persona, pero va saltando de un personaje a otro ofreciéndonos una visión completamente subjetiva de los acontecimientos. Me diréis: «bueno, eso no es nuevo, hemos leído a muchos narradores que no son omniscientes, sino que hablan alternativamente desde puntos de vista de diferentes personajes». De acuerdo, pero es que Miriam lleva esa subjetividad hasta el extremo, de manera que es como si estuvieras en la cabeza del personaje (y no, no hay monólogos interiores ni leemos los pensamientos de nadie). Me explico con un ejemplo. Imaginemos que alguien a quien no hemos visto venir nos da un golpe en la cabeza, perdemos el sentido y nos despertamos en otro lugar distinto. ¿Qué sentiríamos/ sabríamos? Dolor, luego nada, y después despertaríamos desorientados. Ni siquiera seríamos conscientes del tiempo transcurrido ni de habernos desmayado. Juntaríamos nuestro último recuerdo antes de recibir el golpe con el primero después de despertar. Pues estos saltos temporales con «intermedios» sobre los que no sabemos nada abundan en la novela, y tardamos un poco en resituarnos, igual que los personajes. El efecto puede ser un poco desconcertante al principio, pero al final se disfruta.
La otra característica que hay que destacar y que también contribuye en gran medida a darle espectacularidad a la novela es la prosa de la autora. Escribe con frases cortas, contundentes, palabras muy bien escogidas para lograr el efecto buscado, incluso cuando son palabras malsonantes. El resultado es un texto ágil, rápido, frenético en ocasiones como la acción que relata, crudo y violento como el mundo que refleja.
Abre los ojos sobresaltado. A su lado yace un cuerpo que se ahoga con su propia sangre. Puño gatea bajo la carreta, mira confuso las botas que van y vienen sobre algodón rojo. Distingue el brillo de los cascos, de los uniformes verdes. Es la guardia. Un desahucio.
No puede ser cierto.
Sigue en su pesadilla de mierda.
Si unimos todas estas cosas que he comentado sobre Ayantek (información a pequeñas dosis, pequeñas pero frecuentes elipsis en la narración al adoptar el punto de vista estricto del personaje y la agilidad de la prosa) el resultado es un puzzle doble, compuesto por la historia que está ocurriendo ahora y la que ocurrió en el pasado. Las piezas van llegando poco a poco y, a medida que van encajando, nuestra idea de lo que estamos leyendo y de cómo es el mundo en el que se desarrollan las historias cambia radicalmente.
A pesar de ello, que nadie se haga una idea equivocada. Ayantek no es un libro difícil de leer ni que exija demasiado al lector. Pero sí obliga a mantener la atención al cien por cien durante toda la lectura: el más mínimo despiste puede significar perderse algo importante.
Por todo lo dicho se explica el título de la reseña. Será la primera novela de Miriam Jiménez iriarte, pero no parece una primera novela en absoluto.
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