Historias de historias (por Mar Goizueta)
Hay historias que requieren ser contadas de una forma breve para no perder su esencia. Algunas son historias “matrioska”, que guardan en su interior cientos de historias más, como ramitas incipientes que necesitasen desarrollarse por su lado, sin deformar el tronco que las cobija y da la vida.
Reina en el mundo de las pesadillas es una de esas historias de historias, y algunas de sus ramificaciones han comenzado a crecer, alimentadas con la excusa de las presentaciones de la novela, un caldo de cultivo que une ilusión, imaginación y la magia que se genera entre los lectores y la lectura. No hay fertilizante mejor.
Y, obviamente, una vez que se han convertido en ramas con identidad propia, hay que buscar un sitio donde puedan ser visitadas por aquellos que quieran saber, un lugar donde sean cuidadas y queridas, un hogar como Origen Cuántico.
No temáis spoilers, estas historias no contarán nada que enturbie la lectura de la novela a los que todavía no la hayan leído, pero sí saciarán, en parte, la curiosidad de los que se queden con ganas de más.
El nacimiento de un hombre de mar
Mar Goizueta
Rayos y centellas rompían el cielo la noche en que nació. Hombres y animales se agitaban inquietos, asustados ante la magnitud de la tormenta, pues ni siquiera los más ancianos habían conocido jamás nada igual. El viento era tan fuerte que nadie podía mantenerse en pie fuera de un refugio, aunque todo refugio era frágil ante aquel fenómeno. Ramas y hojas, arrancadas de los árboles, bailaban con los rugientes torbellinos, arrastrando en su danza un infierno de arena, y destrozando a su paso los útiles que habían quedado abandonados en el exterior cuando la huida repentina se hizo imprescindible para sobrevivir. Unos pastores, que sobrevivieron cobijados en un abrigo rocoso, dijeron que, iluminados por los relámpagos,vieron peces y pequeños animalillos volar,y que algunos fueron encontrados adornando las copas de los árboles la mañana siguiente. Contaron que una parte del ganado desapareció, pese a haber atado a los animales de tres en tres a los troncos de los árboles, y que encontraron una cabra atravesada en la rama muerta de una negra higuera quebrada por un rayo. Debéis disculpar la bruma que difumina algunos pasajes de esta historia, volviéndola imprecisa, ya que quien la relata recibiólos hechos de labios que los habían recogido de otras bocas perdidas en el tiempo. Lo que sí ha permanecido como una verdad inmutable a través de los años es que un rugido espantoso paralizó el mundo, y que un marinero moribundo, antes de emprender su último viaje, contó que el mar se abrió en dos, y después volvió a unirse entre borbotones de espuma y olas gigantes. Que por una vez los animales marinos estuvieron a punto de tocar el cielo subidos en las altas crestas, y que los monstruosos kraken agitaron sus tentáculos fuera del agua con la desesperación del futuro ahogado. Creyeron con firmeza que lo había provocado el reflejo de la ira del dios del mar ante el recuerdo de una terrible burla y se acordaron ofrendas para apaciguarlo y que no volviese a ocurrir. De todos es conocido, antes y ahora, que el rencor de los dioses es capaz de arrasar civilizaciones y pueblos.
Al mismo tiempo que el mar se abría, en una de las casas cercanas al puerto, una mujer también abría su cuerpo para dejar paso al primogénito que le desgarraba las entrañas, compitiendo en aullidos con el viento feroz.La debilidad de su estado había impedido acudir al templo de los partos en una noche tan terrible. Y escuchad con atención, pues ahora os narraré hechos extraordinarios: en el preciso momento en el que la cabeza del niño comenzaba a salir a la luz, la puerta de la vivienda se abrió con un tremendo golpe y entró el mar, trayendo oscuridad de fuego apagado y miedo. Su llegada fue un cataclismo. Los recipientes que atesoraban las preciadas esencias y los enseres que convertían aquellas paredes en hogar y taller de la pequeña familia fueron, por un momento, animales marinos flotando en un lago salado, oscuro, delirante y terrenal de fugaz existencia. Luego el agua se fue como había venido, sin despedirse, dejando un rastro de espuma, algas y caracolas a cambio de su botín. Nunca antes había acudido el mar a un hogar a reclamar su derecho a albergar los partos de los hijos de la isla, el ritual que sellaba su vínculo sagrado de nacimiento. El padre, en cuanto fue capaz de sostenerse, cogió al recién nacido de lo alto del estante en el que las ondas marinas lo habían depositado con suavidad, tras mecerlo con maternal cuidado. Después de esto, las nubes fueron desapareciendo con rapidez y la luz del amanecer permitió ver la magnitud de los desastres acaecidos durante aquella noche nefasta. No encontraron rastro de la placenta, arrastrada mar adentro como tributo y señal de un pacto que nadie más firmó, pero tampoco lo había de sangre, ni siquiera donde había estado el cordón de unión con el vientre materno, cuyo desgarro parecía haber curado la sal. La madre se deshacía en lágrimas, temblando de miedo, tristeza y debilidad. El hombre, afligido, alzó los brazos y agitó nervioso el pequeño cuerpo de aspecto inerte mientras gritaba, convencido de la muerte de su hijo. El recién nacido vomitó un poco de agua y comenzó a llorar con fuerza entre las manos del padre. Entonces el viento cesó y llegó la paz.
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